Y allí estaba ella, sin nombre y sin cara, acompañándome durante todo el trayecto mientras yo, sin saber cómo, estaba enamorado de ella.
No se muy bien como explicarlo pero sabía que lo que yo sentía por ella era amor de verdad. No sabía quien era ni sabría describirla pero estaba seguro de que la amaba.
Caminábamos agarrados de la mano por una calle que no reconocía de una ciudad que no conozco. Mi mente estaba enfocada en ella y en lo que sentía por ella. Estaba enamorado pero ¿de quién?
Ella no tenía nombre, ni cara, pero era ella, mi amada. O quizás su esencia.
Llegamos a un coche; azul, aunque no se si eso tiene importancia.
-¿Quién conduce hoy? – dije como si esa pregunta fuera una rutina para mi.
-Me toca – respondió ella feliz de estar junto a mi. ¿Que por qué lo se si no vi su cara? Lo sentía así.
Soltamos nuestras manos para entrar en el coche pero rápidamente, una vez dentro, volvimos a cogernos de la mano.
Plof! Plof! Las puertas se cerraron y mis ojos se abrieron.